Publicado por Rusia HOY:
¿Puede un solo hombre protagonizar una revolución tan épica
como la que se describe en este artículo? La respuesta es sí y un claro ejemplo
es Serguéi Lébedev. Este ingeniero electrónico decidió poner a trabajar los
electrones en tareas más complejas que proporcionar energía. Gracias a ellos
protagonizó una épica revolución, que sigue influyendo en nuestro presente.
Lébedev nació en 1902 en Nizhni Nóvgorod y creció en un
entorno repleto de estímulos académicos. Ya no era solamente el hecho de que
sus padres fueran maestros, sino que además se le dio carta blanca para
desarrollar toda suerte de actividades intelectuales (ajedrez, poesía, música)
como deportivas (natación).
Su interés por la electricidad no fue una excepción, y es
que sus padres le animaron incluso realizar experimentos en casa. Como
resultado, Lébedev decidió cursar los estudios de Ingeniería Eléctrica en la
Escuela Técnica Superior N.E. Baumann.
El destino quiso que su proyecto de fin de grado fuera
supervisado por Karl Adolfovich Krug, el padre del programa de producción de
energía eléctrica dentro del Plan de Electrificación de la Unión Soviética.
Dicho proyecto se centraba en los problemas de estabilidad de los sistemas de
producción cuando se dispone de varias centrales funcionando en paralelo. Fue
en 1933 cuando publicó una monografía resultado de este trabajo que le sirvió
para su nombramiento como maestro del Instituto de Energía de Potencia de Moscú
tres años más tarde.
Pero su carrera académica no terminó aquí, puesto que en
1939 se convirtió en Doctor de Ciencias Técnicas con una tesis basada siempre
en la estabilidad de los sistemas de producción de energía con su aplicación a
la distribución. Con este título se convirtió en director del Departamento de
Automática del Instituto de Ingeniería Eléctrica Lenin.
Durante la Segunda Guerra Mundial su trabajo no cesó. Sus
aportaciones fueron dirigidas al esfuerzo bélico de su país, consistiendo en un
sistema de estabilización para los cañones de los tanques y el primer diseño de
misil aire-tierra totalmente autónomo con el que contaría la Unión Soviética.
Para ambos avances, Lébedev diseñó un ordenador analógico que le permitía
resolver ecuaciones diferenciales.
A este punto, es interesante entender el salto que supone
poder realizar operaciones matemáticas con la electricidad. Las unidades
básicas de este milagro son las denominadas válvulas de vacío, que todavía
podemos encontrar en radios antiguas o incluso en amplificadores buenos (y
caros) de guitarra.
A
groso modo, esta tecnología permite amplificar la corriente que pasa por el
componente en función de una segunda que se le suministre. De la misma manera
que permite la amplificación, también se puede provocar un corte, pudiendo
entonces elaborar una estructura de decisión en función de operaciones más
básicas con válvulas.
En este nivel de componentes no se trabaja con ceros y unos,
sino con voltajes. Es decir tantos voltios equivalen a un 1 binario y otros tantos,
a un 0 binario. A partir de aquí es donde se construyen las denominadas puertas
lógicas, que constituyen el siguiente nivel de decisión en una máquina.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Lébedev fue elegido
miembro de pleno derecho de la Academia de las Ciencias de la Unión Soviética.
Pero la cosa no quedó aquí, ya que además se convirtió en director del
Instituto de Ciencias de la Energía con sede en Kiev.
Dejando aparte todo el trabajo que realizó para mejorar (más
todavía) el sistema eléctrico soviético, Lébedev puso en práctica sus ideas
sobre ordenadores. El resultado fue la MESM (Máquina Electrónica de Cálculo
Menor), la primera computadora programable en la Europea continental. Era 1950
y atrás quedaban dos años de duro trabajo calificado de alto secreto en el
Monasterio y Catedral de San Pantaleón en Teofanía de Kiev. El equipo de
trabajo contaba con 27 miembros, entre los que se encontraba el físico
Dorodnitsin y el matemático Semendyaev.
La MESM contenía la friolera de 6.000 válvulas y supuso el
principio de algo muy grande.
Inmediatamente después comenzó otro periodo de desarrollo
para un proyecto mucho más ambicioso pero que contaba con un mayor apoyo
gubernamental. Se trataba del BESM (Máquina de Calcular Electrónica de Alta
Velocidad) y a sus 5.000 válvulas había que sumarle unos cuantos añadidos.
Éstos comprendían una memoria RAM hecha con unidades de ferrita, tecnología que
ya describí en “El ordenador que renegó del código binario”. Además, y que por almacenamiento no fuera,
el BESM contaba con 4 unidades de cinta magnética y un tambor magnético
(precursor del disco duro de nuestros días).
Para la construcción de un ingenio de estas características,
que no estuvo listo hasta 1953, Lébedev aplicó toda una suerte de metodologías
de trabajo innovadoras, basadas en el reparto de responsabilidades. Sabiendo,
sin duda por experiencia propia, que los científicos jóvenes suponían el motor
del proyecto por su gran entusiasmo, inventiva e iniciativa, estableció equipos
mixtos con técnicos experimentados.
El sucesor más famoso del BESM, el BESM-6, vio la luz en
1968. Inicialmente había sustituido las válvulas por transistores, y por
después, éstos por circuitos integrados. La evolución de una tecnología a la
otra se entiende en el marco de la miniaturización de componentes electrónicos,
una constante que perdura en nuestros días.
El BESM-6 supuso un hito increíble, puesto que era el
punto de partida para el desarrollo de Elbrus. Llamado así en honor de la
montaña rusa más alta en Europa, supuso el procesador de referencia para la
informática tanto soviética como rusa… y que merecería un artículo aparte.
La Guerra Fría también fue escenario de la innovación de
Lébedev. En 1955 desarrolló los sistemas “Diana-1” y “Diana-2” que permitían el
seguimiento de blancos aéreos en movimiento y que en 1961 cristalizaron en el
sistema antimisiles soviético.
También de esta época fue el M-20, que fue otra máquina que
sirvió de base para la BESM-6. Y a su vez, la BESM-6 dio paso a la AS-6.
La importancia de esta última, que permitía nada menos que
1.500.000 operaciones por segundo radica en su utilización: la misión espacial
conjunta Apolo-Soyuz (1975). Y es que, pensar en una colaboración
soviético-estadounidense sin algún tipo de rivalidad es totalmente
inconcebible. El sistema diseñado por Lébedev y que combinaba una BESM-6 con
una AS-6 fue capaz de procesar los datos de la misión (cálculo de órbitas
principalmente) en 1 minuto, mientras que su rival de la NASA tardó poco más de
media hora. Un año después de que la informática de la Unión Soviética se
proclamara ganadora del Primer Campeonato Mundial de Ajedrez (“Los unos y ceros
de Yuri Gagarin”), Estados Unidos volvía a recibir otro
varapalo digital.
Pero la vida de Lébedev había tocado a su fin 2 años antes
de esta gran y última proeza de sus creaciones. Eso sí, la muerte le encontró
trabajando en un grandioso proyecto. Su visión era la de un sistema
computacional unificado y compatible que permitiría a cualquier país del bloque
soviético acceder al mercado mundial del software y poder tratar al IBM 360, la
estrella del momento, de tú a tú.
Decir que Lébedev fue condecorado en numerosas ocasiones es
quedarnos cortos. Se necesitaría un nuevo artículo para enumerar cada uno de
los galardones y honores recibidos por este gran pionero de la Informática.
Por último, habría un par de cosas que podríamos aprender de
la vida de Lébedev. La primera es que una buena idea siempre va a generar otras
nuevas y en la mayoría de los casos, grandes beneficios. La segunda, y no menos
importante, es que de una juventud con una mente bien estimulada desde el
principio no van a salir más que cosas increíbles. ¿Hubiera sido Lébedev el
mismo sin unos padres que estuvieron animándole desde el primer instante a
cultivar su curiosidad?
http://rusiahoy.com/blogs/2013/11/20/serguei_lebedev_el_padre_de_la_informatica_sovietica_34513.html
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